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Domingo, 17 de Agosto de 2008
La hegemonia de los sectores dominantes y las retenciones
El verdadero poder
Desvincular lo político de lo social y lo económico es en sí una victoria del pensamiento conservador.
Por Ricardo Aronskind*
Julio Cobos fue recibido en su ciudad natal con un cartel que decía “gracias por tu honestidad y tu coraje”. Seguramente para quien escribió ese cartel la honestidad es haber defendido ciertas verdades y el coraje es haberse enfrentado con los “poderosos”. Las verdades serían que las retenciones móviles son inconstitucionales y confiscatorias, y los poderosos serían los Kirchner. Tal vez piense el anónimo autor del cartel que el coraje es oponerse al Gobierno. Estar con el “campo” sería tener convicciones, ideales, mientras estar con el Gobierno –o con las retenciones móviles– implicaría una inevitable degradación ética.
Sin embargo, los verdaderamente poderosos de la Argentina no son el ex presidente y la actual Presidenta, sino el poder económico que controla los principales resortes de la vida de los argentinos. Y la verdad es que las retenciones móviles son técnicamente correctas y están lejos de ser expropiatorias. Es más: responden a una serie de lógicas económicas imprescindibles en una sociedad que quiera desarrollarse. ¿Por qué ponerse del lado de los fuertes e injustos (los propietarios agrarios) es visto como expresión de honestidad y coraje? ¿Cómo pudo transmutarse el veto a una medida de defensa del bolsillo de las mayorías en una suerte de fiesta fundacional de una “nueva Argentina”?
Pareciera que los atributos negativos del verdadero poder han sido imaginariamente puestos por parte de la sociedad en la figura de los políticos, luego de que se invisibilizara el poder económico predominante en estos 30 años de decadencia nacional. La operación ideológica por la cual el poder económico no existe (no hay grandes terratenientes, capital financiero, monopolios, multinacionales), y la opresión, las injusticias, la pobreza y la inflación provienen de los políticos, no es nueva. Hasta la conducción de la Federación Agraria ha contribuido a esa forma de “comprensión” de lo social.
La vieja lucha de clases se ha transformado en la lucha contra los políticos, que serían la nueva encarnación del mal en la sociedad. Así, cualquier tropiezo de éstos es una “jornada de liberación y esperanza”. Efectivamente, es la libertad del poder económico, que reafirma su supremacía sobre cualquier otro cuerpo social. Desvincular lo político de lo social y lo económico es en sí una victoria del pensamiento conservador: el acceso “libre” a un flujo inmenso de dólares pudo ser presentado como una “epopeya federal” contra el “hegemonismo” que nada habría importado si estuviera al servicio de la acumulación privada. Esa seudopolitización, que en realidad despolitiza, es la que operó como un velo sobre lo que realmente se jugaba en materia económica. Así se explica por qué cundió la alegría en vastos sectores después de haberse averiado un instrumento necesario para parar el encarecimiento de los productos de consumo masivo. Se festejó la futura inflación y una mayor concentración del ingreso.
Episodio extraño en la historia reciente, el Gobierno insistió en no subordinarse al dictat del capital agrario. El sector respondió introduciendo en la disputa elementos de tortura social: desabastecimiento, inflación, rumores tremendistas, desasosiego. Como en oportunidades anteriores, la sociedad reaccionó ante esa tortura pidiendo alivio como sea (“diálogo: que el Gobierno les dé lo que piden y se acabó”). Y lo lograron.
La capacidad hegemónica de los sectores dominantes no es nueva. En estos 25 años de democracia, numerosos ejemplos de “lucha de clases” contra los políticos y las prácticas intervencionistas pueden ser mencionados. Hoy, nuevamente, los lobbies, contando con una prensa tan militante como en los ‘80, lograron movilizar una importante masa de maniobra para neutralizar una correcta política regulatoria. Nuevamente los menos y poderosos derrotaron, contando con la entusiasta participación de muchos que serán víctimas, a una política pública destinada a proteger a los más, quienes no perciben la amenaza que se cierne sobre sus ingresos.
No es para alegrarse lo que pasó: para quienes defendemos un Estado con autonomía para impulsar políticas socialmente justas es una derrota, más allá del kirchnerismo. Lo importante es qué se hace con esa derrota.
* Investigador docente UNGS-UBA
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